2.9.06
Astor Piazzolla
La música de Astor Piazzolla es sin dudas una de las mayores expresiones artísticas que la Argentina ya dió al mundo. Incorporando al tango un poco de jazz y un poco de música clásica, Piazzolla alcanzó un resultado formidable y a la vez innovador, sofisticando ese ritmo porteño y revolucionando sus conceptos.
La leyenda data de 1954 y cuenta que fue Nadia Boulanger -discípula de Ravel- la responsable de todo: "Este es el Piazzolla que me interesa. No lo abandone nunca", exclamó en París la maestra de Astor al escucharlo tocar Triunfal. Y finalmente Piazzolla se fue volcando por el tango.
Hasta ahí su carrera oscilaba entre su participación en la orquesta de Aníbal Troilo -de la que se fue a los 23 años acusado de hereje- y de la Sinfonía Buenos Aires. Iba de su propia agrupación tanguística, la orquesta del 46, de acompañar al Tano Fiore y de su amor por Bartok y Bach. Los dos mundos por igual le depararon polémica a un joven combativo Astor que empezaba a mostrar el filo de su poderoso lenguaje musical.
En una Buenos Aires moldeada por poetas, donde los anuncios de los shows de tango poblaban la doble página central de los diarios, las orquestas tenían hinchada, el rock aún no había explotado y Charly apenas gateaba; la presencia de Astor generó de entrada resquemores, envidia y admiración entre la comunidad tanguera.
Pero es recién en 1955 cuando explota todo su aprendizaje: las fugas, los contrapuntos, los elementos aprenhendidos del universo clásico. Nutrido de un potencial que ya se plasma en los tangos, Astor forma el Octeto Buenos Aires. El seleccionado de músicos -en un experiencia similar a la jazzística norteamericana de Gerry Mulligan- escogidos por Astor termina por delinear arreglos atrevidos y timbres poco habituales para el tango: la guitarra eléctrica de Horacio Malvicino es toda una novedad.
Astor Pantaleón Piazzolla, nacido el 11 de marzo de 1921, con una infancia entre Mar del Plata y New York -más en la segunda ciudad que en la primera-, con la mística de su encuentro norteamericano con Carlos Gardel -participó en el film El día que me quieras-, con su ácido humor borgeano a flor de piel, obsesivamente estudioso, comenzó a revolucionar el tango. "Nos obligó a estudiar a todos de vuelta", sintetizó Osvaldo Pugliese.
Piazzolla: "¿Yo que toco, lambada?"
"Tóquese un tango, maestro", le gritaban. ¿Y yo que toco, lambada?". En los años 80 ya las cosas habían bajado de tenor: la discusión se limitaba al humor y en todo caso a la indiferencia. Pero no pasó lo mismo en los años '60: Piazzolla debió salir a defender a golpes de puño su música, avasallada por las fuertes críticas del ámbito del tango.
"Tuve que defenderme, pelear, discutir, pero también confieso que me divertí. Sin darse cuenta me ayudaron a forjar la fama de Astor Piazzolla", diría el músico años después. La controversia iba a propósito de si su música era tango o no, a tal punto que Astor tuvo que llamarla "música contemporánea de la ciudad de Buenos Aires". Lo más insólito es que mientras esta discusión acaparaba la atención, el tango perdía oyentes, bailarines y público a raudales y las orquestas debían achicarse o desaparecer.
Pero no era sólo eso: Astor provocaba a todos con su vestimenta informal, con su pose para tocar el bandoneón (actuaba de pie, frente a la tradición de ceñirse al fueye sentado, como Troilo). Sus declaraciones sonaban a reto. A comienzos de los años '60, Piazzolla aseguraba que Mariano Mores era una copia fiel de Francisco Canaro y cuando le preguntaban por la orquesta de Alfredo De Angelis, manifestaba: "¿No pueden estudiar y tocar algo mejor?".
Es que justamente Astor llegó adonde el tango no llegó. No sólo por su música: el público que captó el Quinteto estuvo integrado por universitarios, jóvenes y el sector intelectual, si bien estaba lejos de ser masivo. Ya tenía fama de duro y bravo, de peleador, estaba en pleno período creativo y se rodeó de los mejores músicos: Elvino Vardaro, Antonio Agri, Osvaldo Manzi, Kicho Díaz.
Excepto una solitaria vuelta al Octeto, la formación de la primera parte de los '60 fue, básicamente, el quinteto. De la mano de Adiós, Nonino, Decarísimo -dedicado a Julio De Caro, con quien había mutua admiración- y Muerte del ángel comenzó a elaborar un camino que tendría picos en su concierto de Philarmonic Hall de New York, su álbum con Jorge Luis Borges y Edmundo Rivero, el trabajo con Alfredo Alcón y Ernesto Sabato, el reigistro con el Polaco Goyeneche.
Sobre el filo de la década de los '60 protagonizó un dúo con Horacio Ferrer -prueba de ello son los temas Bicicleta blanca, Balada para mi muerte y Balada para un loco- más la cantante Amelita Baltar corporizando las canciones en placas y en vivo -incluso en el violento Primer Festival de la Canción de Buenos Aires-, pareja de Astor por aquellos años, a quien consideraba una gran voz.
Tiempo después daría otra prueba de su humor: "Como yo estaba en pleno metejón con Amelita Baltar no me daba cuenta de la voz que tenía. Dicen que el amor es ciego, y en este caso, también sordo".
Astor Piazzolla - ADIOS NONINO (Live)
"Tengo una ilusión: que mi obra se toque en el 2020 y en el 3000 también", decía el bandoneonista. A menos de dos décadas del 2020 su cita suena profética: la discusión sobre su música cambió radicalmente el eje. Hoy parece vetusta la cuestión sobre si su música es tango o no. La pregunta más frecuente quizá sea: ¿Cómo hacen las nuevas generaciones de tangueros para correrse de la gigante sombra de Piazzolla?