3.9.06

Las 10 idioteces más ilustres de la década

No hay nada más difícil en estos tiempos que encontrar a un señor dispuesto a admitir su ignorancia. Todo el mundo cree que es obligación el tener opinión formada sobre cada uno de los aspectos del universo. Por eso no es raro encontrar en cada pizzería muchachones que -entre porción y porción- cuestionan las teorías de Darwin con la misma autoridad con que podrían juzgar las últimas actuaciones de Mastrángelo.

Cualquiera opina sobre cualquier cosa. Todos son entendidos.

Y si alguien comienza su discurso con un humilde "Yo de esto no entiendo nada", no tardará en agregar un "pero" para luego despacharse con el muestrario completo de sus ideas sobre la inmortalidad del cangrejo.

Uno se pregunta entonces, ¿cómo se hace para abarcar tanto? ¿Cómo se consiguen opiniones tan surtidas?

Hay dos procedimientos. El primero consiste en dedicar treinta o cuarenta años a la tarea de adquirir sabiduría. Los resultados de este método son, hay que reconocerlo, inciertos.

El segundo procedimiento es repetir lo que uno escucha por ahí. De este modo cualquiera puede adueñarse de los pensamientos que más le gusten, sin tomarse el trabajo de pensar, que es lo que mata.

El mundo moderno -ya se sabe- pone a nuestra disposición una amplísima gama de opiniones sueltas. Están en los diarios. Se repiten por radio. Florecen en las charlas de café. Y uno puede elegir la que quiera y repetirla como propia. Aquí conviene detenerse un instante.

Es evidente que en el inmenso stock que mencionábamos hay de todo. Desde verdades irrefutables hasta estupideces monumentales. Pero a la hora de elegir, la gente se decide por los juicios más llamativos y detonantes. Y la verdad suele ser austera y sencillita.

Todo esto, la costumbre de repetir lo que se oye, el ansia de sorprender y la pereza mental, han cimentado el éxito y la consagración de un sinnúmero de disparates que andan de boca en boca, como si fueran la flor del pensamiento moderno. Estas pavadas son ya lugares comunes.

Pero sus propagandistas las recitan como si acabaran de inventarlas. El propósito de este trabajo es presentar una colección incompleta de idioteces prestigiosas e intentar una somera refutación de cada una de ellas.


1. Ay, todo es política.

Argumento que suelen usar los señores politizados cuando uno les confiesa que la política no le interesa. Sus sostenedores explican que todas las cosas se interaccionan y que hasta los hechos más baladíes tienen su connotación política.

Por ejemplo, comer un helado puede ser un hecho político si se piensa que quienes no tengan el dinero para comprarlo pueden sentirse víctimas de una injusticia. Este mismo razonamiento puede servir también para demostrar que todo es zoología o que todo es aritmética o que cualquier cosa es cualquier cosa y viceversa.

No hay que llevar la metáfora hasta sus últimas consecuencias. Hay cosas que son política y otras que no lo son. Por ejemplo, el tango "El taita del arrabal" no es política.

2. Ay, todo es psíquico.

Proposición que atribuye todos los males del cuerpo a los desórdenes mentales que padecemos. ¿Le duele a uno la cabeza?: son los nervios. ¿Le pica a uno la nuca?: es la ansiedad. ¿Vomita uno como un cerdo?: está somatizando.

Refutación: conozco centenares de personas de mente sana que sufren dolores en los lugares más destacados del cuerpo humano. No es necesario estar loco para apestarse.

3. Ay, en el fútbol ya no hay equipos chicos.

Refutación: vaya a ver un partido entre All Boys y Platense en la cancha de Argentinos Juniors y después me cuenta.

4. Ay, nadie es imprescindible.

Frase que le sueltan a uno cada vez que abandona una empresa, un trabajo o un cumpleaños. Parece significar que todas las personas son la misma cosa y que cualquiera puede ocupar los lugares vacantes.

Refutación: siempre hay algo para lo cual solamente sirve una determinada persona. Por ejemplo, para protagonizar el show de Frank Sinatra, es indispensable Frank Sinatra.

5. Ah, el público es exitista.

Cuando uno gana lo aplauden y cuando pierde lo silban. Y está muy bien. De lo contrario no existirían diferencias entre los genios y los troncos. Peor sería que siempre aplaudieran. O que siempre silbaran. O lo que es peor: que aplaudieran al que pierde y silbaran al que gana.

6. Si de noche lloras por el sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas.

Frase que han consagrado los posters y que se pronuncia contra el llanto y la tristeza. Hace milenios, en Grecia, un pedante vio a Solón llorar amargamente por su hijo muerto.

-¿Por qué lloras -le dijo- si de nada te servirá?

-Por eso -contestó Solón- porque de nada me servirá.

Hay que aprender a llorar y a comprender que la vida no es una kermesse.

7. Gardel murió justo a tiempo.

Opinión que parece reducir las virtudes gardelianas a una muerte oportuna. La refutación corre por parte del propio Gardel en cualquiera de sus discos.

8. Hay que tomar las derrotas con filosofía.

Cuando uno oye esto, supone que después de perder al truco, es necesario leer a Spinoza o meditar la posibilidad del conocimiento. Sin embargo, lo que en realidad quiere decirse es que hay que consolarse ante el infortunio. Con lo cual viene a descubrirse que para algunas personas la filosofía es el consuelo. Yo pienso más bien lo contrario.

9. Sobre gustos no hay nada escrito.

Refrán lamentable que suelen utilizar los amantes del naranjín con cerveza y las camisas con lentejuelas. En realidad sobre gustos se ha escrito mucho. Y hasta hay escritores que no han abordado jamás otro tema. Es cuestión de leer, nada más.

10. Hay que ser amigo de los hijos.

Disparate que tiene su origen en un cierto verso del Martín Fierro, cuya negligente lectura puede sugerir que un amigo es más que un padre. En verdad cuesta trabajo imaginar a un señor que sale junto a su hijo a tocar timbres y patear tachos de basura. Creo que lo mejor es ejercer la alta dignidad de padre o de madre, con toda la jerarquía que esto presupone. Los amigos pueden fallar. Los padres no.

Hay más tonterías ilustres:

"Yo tengo mi propio código moral".
"El que va al hipódromo por primera vez, gana".
"Castillo con Tanturi cantaba bien".
"Los norteamericanos tiene un plato volador con los cadáveres de sus tripulantes".
"Los humoristas son gente triste".

Todas estas cosas se oyen mil veces por día. Es un buen momento para empezar a combatirlas. Para eso es necesario sacudir las telarañas de los sesos y pensar bien lo que uno dice. Y cuando se da el frecuente caso de no tener nada que decir, a callar. Que siempre es mejor visto un pajarón silencioso que un vivo macaneando.

Buen provecho.

Alejandro Dolina